Así que sin más preámbulos, los dejo con esta vieja historia que llamaremos "Pensar en algo agradable":
La brisa fresca sobre el rostro y el olor a tierra mojada se mezclaban con el aroma a chocolate que emanaba de la taza que calentaba mis manos, sentado en el porche de la cabaña, viendo caer la lluvia delante de mí...
¡Y una mierda! Es agosto, son las 4 de la tarde, y hace un calor infernal. Las
únicas gotas que hay aquí son las de mi propio sudor cayendo
sobre mis apuntes y ... ¡Joder, mis apuntes! Se me ha corrido la tinta. ¿Qué
pone aquí? ¿Acetilcolina y catecolaminas? ¡Uff! Me rindo. Tengo que salir afuera cinco minutos, la
biblioteca está abarrotada. No sé a quien puñetas se le ocurrió aquello de pensar en algo
agradable para relajarse. Pensar en la lluvia sólo me hace tener más calor. Salgo, busco a alguien. “¡Eh, tío! ¿Tienes un tabaquito? ¡Uff! Gracias”. Lo enciendo y
me envuelvo en humo. A veces pienso que soy como un cigarro, que cada día es
una calada y que me voy convirtiendo en humo.
La
biblioteca de la facultad tiene una cristalera como pared frontal. Se ve a casi
todo el que está dentro. Ahora mismo los estoy
observando, sentado en la escalera de enfrente, como a peces inmóviles en un acuario atestado y aburrido. Ya ha
llegado el momento: entro sigilosamente como un perfecto depredador marino,
oliendo su sangre a kilómetros como los tiburones. Pero nadie sospecha de mí,
voy disfrazado de sardina. Sonrío a la encargada mientras
entro, una sonrisa torva y taimada que esconde lo que nadie quiere ver.
Entonces abro la mochila y saco mi Kalashnikov y decoro las estanterías con
vivos colores, rojo sangre y morado de vísceras. ¡Qué ironía! Vivos colores,
cuerpos muertos. Disparo y disparo y cada ráfaga que resuena me devuelve el eco
de la muerte y los gritos entonan una ópera de Verdi como un maníaco coro de gitanos y se cruzan Groucho, Harpo y Chico
y mi AK sigue riendo y el diccionario de inglés es más bonito adornado con sesos y suenan gemidos y plegarias de auxilio ¡Ja, ja, ja...! Oigo los gritos,
alguien me llama “¡Eh, tío! ¡Hey!
-¡Espabila!
-¿ Qué? ¡Ah! Eres tú - le respondo.
- Vamos a la cafetería a tomar una cerveza, ¿te
vienes?
- Sí, ahora. Guardo mis cosas y voy enseguida.
Tiro la
colilla contra el suelo y exhalo mi última ración de humo. Después de todo, a
veces sí funciona pensar en algo agradable.