lunes, 27 de mayo de 2013

Tablillas de piedra

"Grabarán nuestros nombres en tablillas de
piedra para que sean cantados por los bardos"
"Eso es bueno." "No. Significa que la Tierra ha

vuelto a la Edad de Piedra."
Aceptó la lanza ritual de madera tallada que le ofrecía el jefe con una mano, mientras con la otra hacía visera para protegerse del extrañamente verdoso resplandor del atardecer. Casi tuvo que cerrar los ojos cuando hubo de usar su mano-visera para agarrar el cuenco tallado en un cráneo - de qué, prefirió no saberlo - y beber el viscoso fluido que le transmitiría la fuerza del espíritu del guerrero. Cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz, se fijó en el tótem animal de la tribu, cuya sangre estaba bebiendo. No era ningún animal que conociera. Ni siquiera le gustaba. "Cualquier animal con un número impar de patas da mal rollo", se dijo. Devolvió el cráneo al jefe e hizo una reverencia. Pasaron los siguientes minutos hablando e intercambiando regalos. Ya era de noche cuando abandonó a la tribu y emprendió el camino de vuelta hacia los suyos.

El agradable contraste entre la luz eléctrica de las linternas y los primitivos abalorios con que había sido obsequiado por el jefe hizo desaparecer todo rastro de la fuerza del guerrero que aún corriese por su mente. "¿Y bien? ¿Cómo ha ido la cosa?", escuchó a modo de bienvenida al llegar al campamento. Abrió el petate y desparramó el contenido de fetiches y baratijas que le habían regalado encima de la mesa plegable donde humeaba una jarra de café. "Están enormemente agradecidos. Tanto, que grabarán nuestros nombres en tablillas de piedra para que sean cantados por los bardos por los siglos de los siglos", respondió. "Eso es bueno. Significa que el primer contacto ha sido positivo y podremos continuar según lo previsto", dijo ella, sus ojos verdes escondidos tras el velo de vapor que provocaba el café caliente que se estaba tomando. "No. Es una mierda. Significa que la Tierra ha vuelto a la Edad de Piedra". Se sirvió él también una taza de café y se quedó inmóvil, observando la negrura de la noche, pensando. Recordó la playa de la Barceloneta, imaginó la estatua de Colón semienterrada en sus arenas. Sorbió el café. "¡Oye!", dijo de repente, "¿hay magdalenas?". "No", respondió ella sorprendida. "¡Pues vaya mierda!". Dejó la taza sobre la mesa junto a sus recuerdos y se fue a la tienda a dormir.

viernes, 17 de mayo de 2013

Fundamentalismos no renovables.

Jean-Aguste Dominique Ingres.
El Baño turco.
Comentaba esta tarde con una amiga qué ocurre con las vírgenes del paraíso cuando dejan de ser vírgenes. Porque vamos a ver, ningún dios te ofrece 70 vírgenes para que admires su belleza, obviamente. A menos que elevemos el himen a la categoría de arte, en cuyo caso los ginecólogos tendrían garantizado el puesto en el Edén (No, las ginecólogas no. Dios/Alá/Jehová no quiere. A menos que la ginecóloga sea virgen). Pero este no es un post sobre teología, sino sobre economía.

Verán, concluyendo que las vírgenes son de un solo uso, los fundamentalismos religiosos son evidentemente economías no sostenibles. Porque claro, cada virgen entonces sólo tendrá una oportunidad de engendrar otra virgen. No todas quedarán embarazadas y de las que sí, sólo la mitad tendrán hijas. Por lo tanto, ¡las vírgenes del paraíso se están extinguiendo! Miles de científicos en todo el mundo están preocupados por encontrar fuentes de energía alternativas a los combustibles fósiles. ¿Qué haremos cuando se acabe el petróleo? Eso no es importante. La pregunta es ¿qué haremos cuando se acaben las vírgenes! ¿Se apagarán los dioses como un coche sin gasolina?  Cuando llegue ese momento, ¿cambiará la economía de almas del más allá y las huríes empezarán a ofrecer mamadas renovables? Hombre, puestos a elegir entre un solo  polvo para toda la eternidad o muchas mamadas, pues no me lo pienso.
¿Creen que es un generador eólico?
Pues en el Paraíso es una mamada.

Pero yendo más allá me surge otra duda, a saber: si las vírgenes están en el más allá, es que están muertas. Así que la mayoría de ellas habrán muerto ancianas. ¿Merece la pena autoinmolarse para encontrarse con 70 viejas amargadas? ¿Y cuánto les pagan a las tías por pasarse toda la vida sin echar un polvo? Vale que después trabajas una noche y te jubilas, pero tal y como están las pensiones, no sé yo si merece la pena... En fin, recursos no renovables y deshacerse de los factores productivos que tienen más experiencia, ¿les suena?  Pues ya saben, no se preocupen por Al-Qaeda ya que serán los próximos en hundirse en una terrible depresión económica... Nos vemos en la cola del paro, señor Talibán.

lunes, 6 de mayo de 2013

Mostaza amarga


"Finalmente abandonó el periódico, absolutamente
 convencido de que la realidad estaba sobrevalorada".
El camarero lo miró raro por pedir un perrito caliente para desayunar, pero aun así cumplió su cometido diligentemente. “No me queda mostaza dulce”, dijo el camarero. El cliente levantó la cabeza con cara de pocos amigos. “Pues traémela amarga. Hoy no es un día para comer mostaza dulce”. Volvió a bajar la cabeza hacia la barra, donde le esperaba el periódico de ayer, el último periódico que se editó en papel. Toda una rareza. “Una rareza agradable”, pensó. No solo porque el papel es más agradable a la vista que una pantalla, también es su tacto, la forma de pasar las páginas o de extenderlo sobre la barra de aluminio de la cantina… “El papel ofrece una mejor experiencia de usuario, sin duda”. El choque del plato contra la barra interrumpió estos pensamientos. Perrito, periódico. Y la vista saltando del uno al otro. Finalmente abandonó el periódico, absolutamente convencido de que la realidad estaba sobrevalorada. Dio vueltas al plato del perrito caliente mientras recordaba su vida pasada. “¿Debería haberla llamado otra vez?”, pensó por enésima vez. Se encogió de hombros.  Lo suyo era más escribir una obra maestra y suicidarse sintiéndose un escritor fracasado que el monólogo interior. Pero claro, nunca había estado en Nueva Orleans. Ni siquiera en Orleans. Ni iba a estar. A quién le importaba ahora el futuro; mejor el pasado. Estuvo tentado de mojar el perrito en Coca-cola, pero para entonces se dio cuenta de que estaba masticando el último pedazo. “Oye”, le dijo al camarero. “¿Tienes magdalenas?” “No.” “¡Pues vaya mierda!”. Convencido de que sin una magdalena no podría evocar su infancia, se levantó de la barra y atravesó el pulcro pasillo metálico hasta el salón de pasajeros. Se acercó al inmenso ventanal  y contempló los restos de su mundo perfecto hecho pedazos. “Ojalá fuera una metáfora”, pensó mirando a través de los cristales de la nave espacial.